Cada que emprendo un nuevo proyecto pasa algo más o menos así: mi entusiasmo está por las nubes las primeras semanas, todo es diversión, un montón de ideas y ganas de hacer cosas.
Luego, conforme pasan los días digamos que me entra un parálisis creativa, acompañada de una dosis de flojera (o lo que yo creo que es flojera). Empiezo a cuestionar qué caso tiene lo que estoy haciendo. Me parece una carga, me pongo estricta y ya no hay juego. Se le va el brillo, y fácilmente encuentro argumentos para dar la media vuelta abandonando el asunto por algo nuevo que parece más emocionante.
Claro que esto también ha pasado con Buen Rumbo. Sin embargo, con el ánimo del comienzo de año, más que reprochármelo y darle carpetazo, me siento un poco más cómoda dándome cuenta de cómo funciono (esto gracias a la terapia y otro tanto a la meditación) y de contarlo por aquí como un ejercicio de exorcismo.
Muchas veces me cuesta trabajo simplemente disfrutar. Me comparo y me da miedo hacer "cosas chafas", entonces mejor no hago nada. ¿Les ha pasado?
También a veces quiero que todo suceda ya, que pase en este instante y si no qué chiste. Quiero que los cambios y las recompensas se den en un corto tiempo: por ejemplo, el primer día que hago ejercicio quiero tener vientre plano y fuerte (no es broma, qué oso). Claro que eso no va a pasar, pero se me olvida, y como no soy la del cuerpo más atlético desde el día uno, entonces mejor adiós y a lo que sigue. Y así con tantas cosas.
Pero estos días de pausa me han servido para repensar lo que me gusta de escribir aquí y nuevamente encontrarle sentido. Me di tiempo para sentarme con esa voz interior y decirle que me de chance de jugar y de crear, que luego vemos cómo sale, si está padre o qué opinan los demás.
Todo ese choro para decirles que aquí estoy retomando el camino, sin pena, reclamos, ni exigencias. Con la certeza de que pequeños pasos siempre serán mejor que ningún paso.